miércoles, 30 de julio de 2008

Un jardín contra la ciudad

Había una vez dos hermanos jugando en un jardín. El mayor, Augusto, aunque no podía salir a la calle solo, siempre se dejaba llevar por su imaginación. Augusto y su hermano de cinco años pasaron sus días divirtiéndose en un lugar al que nadie más iba. A veces su jardín se convertía en una selva amazónica con jaguares aguardando en la oscuridad. Otras veces era un bosque inexplorado. Los hermanos podían correr sin preocuparse por el tráfico, podían detenerse y respirar el aire limpio, podían ser libres. Muchos años después frente a un reportero Joaquín Leguía recordaría esos días como el momento en que ese jardín que lleva adentro empezó a germinar.

Había llegado la hora de que su jardín sembrara retoños en otros.

Su libro el Jardín y yo, narra la historia de como se plantó la semilla, aquella inspiración que lo llevaría a creer que cualquier pedazo de tierra podría ser un jardín como el primero, una tierra para todos los niños. En una sociedad acostumbrada a un progreso de color cemento, cumplir este sueño requería no solo de la perseverancia de un hombre. Así nació ANIA (Asociación para la Niñez y el Ambiente), cuyo propósito es el reconocimiento de un nuevo índice: la población ecológicamente activa. Para Joaquín que los niños y ancianos sean una carga a la sociedad, es algo tonto. Este 40% de la poblaciòn tienen una mezcla de experiencia y energía, que podría ser lo necesario para mejorar el ambiente para todos.

Hubo una época en la que él también se sintió una carga. Desaprobó la mitad de los cursos en el primer ciclo de administración en la universidad, por andar escribiendo un libro de recortes sobre como el hombre había puesto en cuenta regresiva a la naturaleza. Era una señal, debía seguir el sendero de su jardín interno. Así llegó a investigar una extraña tesis sobre niños y desarrollo, para terminar de graduarse en la universidad de Yale. Pero aún así nadie le daba el trabajo que quería. Tenía 29 años cuando fundó para él y para todos ANIA. Su idea puede resumirse así: si cada niño pudiera cuidar un pequeño terreno, un patio, una laguna incluso, dejarían de ser tratados por el estado como una carga, serían promotores del desarrollo ecológico del país. No se trata de ser un subversivo verde, “sino un equilibrista, porque la ecología no deberíamos separarla como una materia diferente, sino integrarla a un todo. Ser un equilibrista es estar en el medio, en un punto donde todos salgamos beneficiados”. En el futuro existen otros cuentos, nuevos proyectos, pero hay uno en especial que lo emociona: un jardín arriba, en el techo de su edificio. ¿Y lo vecinos? “No ellos ni cuentan se van a dar”. Todos salen ganando.


0 comentarios: