miércoles, 6 de agosto de 2008
domingo, 3 de agosto de 2008
Raúl Tola cuenta
Son relatos de nocturnidad. Los personajes del libro padecen del desasoiego de vivir en una ciudad amenazada por una enemigo que permanece oculto entre las sombras de apgaones. Son historias escritas por un narrador que se mantuvo alerta durante las largas horas del toque de queda.
《Toque de queda nació a partir de otro libro que falló. Yo escribí una novela durante seis o siete años en un intenso proceso de escritura e investigación. Era una novela larga y muy ambiciosa de casi 400 páginas, pero cuando empecé a corregirla me di cuenta de que era fallida. Fue doloroso descubrirlo, pero también fue constructivo porque pude saber que cosas funcionaban y que no en mis textos. Fue algo provechoso, creo que fue más lo que aprendí en vez de ser algo perjudicial para mí. Pues ahora sabía que cosas no volver a hacer para que mis textos funcionasen. Ese libro se titulaba el Pelotón de la infancia y fue durante las pausas de ese proceso de escritura que se iniciara en el 2000, cuando para oxigenarme me dedicaba a escribir cuentos. Esos cuentos me permitían pasar los baches por el exceso del libro. Mientras los revisaba descubrí que los relatos funcionaban como un todo a pesar de que tuve que quitar algunos, eran publicables. En cambio esa novela esta dentro de un sobre en un anaquel de mi casa. En mis textos trato de evitar las caracterizaciones o los personajes arquetípicos. Porque la literatura es libertad y plantear un personaje arquetípico, es una forma de censura. Pero mis personajes en su gran mayoría son solitarios, introvertidos. Sin embargo en los 16 relatos se crean mundos paralelos, diferentes, con personajes distintos. Del libro prefiero el cuento La Garza Blanca, que es el más largo y el último en escribir, y narra la historia de un hombre cuyo último anhelo es cazar una garza blanca. Es un cuento influenciado por Hemingway, sobre todo por que hay técnicas que yo recogí de El viejo y el mar. La Garza, aunque no lo parezca es un relato casi autobiográfico, pues parte de una experiencia de la niñez. Cuando yo tenía ocho años pase muchas temporadas de mi infancia en Cieneguilla y muchas veces salíamos de cacería con mis primos donde más que cazar eran paseos graciosos. Esa clase de recuerdo le sucede al anciano en el cuento, y es lo que lo mueve a regresar a cazar a la garza.
Yo había escrito hasta este momento novelas, cuando se supone que recién las empieza al tener mayor pericia, más experiencia, pero creo que los relatos son más dificil. Mucho más dificil es la poesía. Porque como en los relatos las palabras no pueden sobrar. Por eso me gusta la literatura americana, como un lector anglosajon me gusta que los libros haya una primacía por la historia. Aunque estoy generalizando, en Europa hay una preocupación más por el estilo por la forma. Pero a mi lo que me interea es la historia, no se si es por la presencia de hollywood, pero prefiera una historia bien contada que se sostenga a sí mismo, leo mucho a los herederos de Hemingway Roth como Carver, he decubierto a Junot Díaz ... que ha escrito The Brief Wondrous Life of Oscar Wao.
La historia de los cuentos de este libro no tratan de explicar la subversión. He escrito relatos ambientados en esa época, muchos de ellos tienene explosiones, etc., pero tampoco puedo escribir de otras cosas. Yo viví eso. Viví en una ciudad con ventanas cubiertas de cinta maskign type, en una ciudad que de una noche era una incognita, que desde la media noche a las 5 de la mañana era un misterio. Quería representar el ambiente de esa época, por eso el título del libro》.
Instrucciones para comer carne
¿Mataría a La Negra? ¿Convertiría en filetes a su vaca de cuatro años? ¿O se quedaría con ella hasta que la muerte natural los separase? "He comprado una vaca para hacer negocio con ella" sentencia el autor en el inicio del libro La vida de una vaca. La Negra (sí, la de la portada del libro) pende del final de su historia. Le tomó cuatro años a Juan Pablo Meneses, dejar de investigar la historia infinita de la carne y su relación con la Argentina. El libro le estaba comiendo la vida. Alguien que tenía que ser sacrificado.
¿Qué tan dificil fue confeccionar este libro tan profuso en historias, crónicas, biografías, datos estadísticos?
Fue bastante complejo, al principio me dije que me tomaría un año, pero lo que pasa es que Argentina la carne es un tema infinito. Un día decía, aquí se acaba. Me iba a la cama, encendía la televisión y había un canal donde pasaban vacas todo el día. Entonces decía, uy, falta el canal de la vaca. Pasaba otro día y empezaba el festival del carnero en un pueblo donde mataban a 50 corderos y se los comían en la plaza. Entonces, uy, también quería estar ahí. Era de nunca acabar, y en realidad el libro pudo haber seguido. Pudo pasar que se publicara y yo siguiera encontrando cosas nuevas. Fue un punto donde me dije, tengo que pararlo si o sí, me he comprado una vaca para comerla, pero ella me está comiendo a mí.
Es un libro episódico pero tampoco hay como ese aspecto formal que suele tener los libros de no ficción
Si la vaca se llamara en vez de La negra, La Blanca, y yo me llamara Juan Pablo Martinez, podría ser una novela. Pero continua siendo una historia, solo que todo fue verdad, incluso lo más verdad. Tengo un archivo grande de cuatro cajas que las tuve al costado del escritorio. Una se llamaba la vaca, otra se llamaba la carne y otra el libro, y así. Hace poco pudo ordenarlas y colocarlas en un almacén en Buenos Aires. Por si acaso. Pero si se escribiera una historia corregida y aumentada tendría que ser otro, porque yo con el tema de la vaca, no. Yo empecé el libro comprándome una vaca para comérmela, esa era la premisa. Pero mientras la gente lea el libro se va a dar cuenta que la idea va cambiando. Hasta llegar un final que es definitivo, que cierra el círculo bastante bien.
¿Qué tanto afectó el feedback del blog del Clarín a tu libro?
Me servió más que nada para reafirmar que iba por buen camino, por ejemplo yo ponía la fotografía de un asado y habían argentinos que me escribían desde el extrajero llorando. Cuando empezaban a verla me decían que desde hace diez años comían carne hervida horrible comparada con asado argentino. Y también habían los vegetarianos que me decían que no iban a quedarse tranquilos hasta verme colgando del frigorífico. Incluso extranjeros que decían que habían carnes muchísimo mejor. Entonces me confirmo de que se trataba de un tema polémico. Además los usuarios consiguen participar del proceso del libro, porque te piden que los termines de una forma o de otra, la historia se hace más comunal. Hay algunos autores más viejos que se sienten los grandes escritores a los que nadie les puede sugerir nada, para mi un autor debe interpretar lo que le gente les dice o piensa.
Las personas se enojaban en los foros de tu blog, porque matarías, digamos, a la mascota de todo ese grupo que te seguía
La vaca no era mi mascota. La compre para hacer un negocio con ella. Le puse un nombre, La negra, como otras personas le ponen un número. Se enojaban, en realidad, porque todos queríamos seguir comiendo carne pero a nadie le gusta matar animales. No era lo mismo escribir de La negra que escribir sobre todas las vacas en general. Eso creo que fue lo que más les molestó a las personas. Además las vacas son tan buenas. No comen carne y mueren tan mal. Da pena. Cuando empecé a pensar así, me fui a comer y me pedí un bife de chorizo y se me pasó. Me había convertido en un carnívoro conciente.
viernes, 1 de agosto de 2008
Reconstruir una revelación
Hace unos años Graciela Mochkofsky era una periodista que solía cubrir policiales y casos políticos en el diario La Nación de Argentina. Tenía escritos dos libros de investigación periodistica sobre sonados casos políticos y en esas andaba cuando en agosto del 2003 se topo con una carta en internet. Su contenido detonó su intuición y se vio obligada a marcar el número de Nueva York, que su autor había dejado al final. Tenía que probar que esa historia no podía ser cierta. Pero lo era y se pasaría los próximos tres años reconstruyendo la historia de unos judíos convertidos de Perú, casi sesenta años después que, el cajamarquino fabricante de escobas, Segundo Villanueva abriera la biblia y empezara a dudar. Leer su historia es acompañarlo en su búsqueda espiritual.
¿En qué circunstancias llegó esta historia a ti?
Fue a partir de un carta que tenía como objetivo pedir fondos a las comunidades judías en Estados Unidos, para ayudar a estos conversos peruanos que eran muy pobres y que necesitaban ayuda. El autor de la carta era una rabino del estado de Nueva York, que dejaba su número para coordinar las donaciones. A mí la historia me pareció increíble, única, fabulosa. Para comprobar llamé por telefono que habían colocado y hablé con la viuda del rabino, que era una peruana del grupo de los convertidos que vivía en Nueva York. Ella me confirmo la historia y me dio sus datos y los de la comunidad. Así llegué a la historia, sentía que la búsqueda de Segundo Villanueva tenía puntos de contacto conmigo. Yo soy hija de una paraguaya judía, casada con un judío de Córdova, la zona judía de Argentina, por lo que mi educación religiosa fue algo diferente, si la comparamos con la educación religiosa en latinoamerica. Mis padres decidieron que mi hermano y yo, eligiéramos a que religión pertenecer. Yo tenía nueve años y él acaba de nacer, pero en teoría decidimos ser católicos, por lo que recibimos una educación católica. Mientras eso ocurría hubieron una serie de conflictos y hechos durante la adolescencia, que me hizo sentir indentificada con Villanueva, con su historia, por supuesto que son dos contextos completamente diferentes.
¿De qué forma te cambio esta historia?
En principio, como periodista quería conocer todo lo posible para poder entender el mundo de mi personaje, así que investigarlo me dio una visión más amplia sobre la religión, yo como muchas otras personas no había hecho una investigación exhaustiva sobre el tema, así que tuve que aprender mucho sobre religiones para poder reconstruir, el aprendizaje para pasar del catolicismo al judaísmo. En el proceso de Villanueva para cambiar de una visión religiosa a otra, se pasan revista a muchas de las facciones de la religión crisitiana y judía. Para representar ese proceso mental en el libro, el sistema calendario cambia y empiezan a vivir en el calendario judío. También aprendí a hablar algo de hebreo, que era algo necesario para escribir esta historia
¿Cuáles fueron las partes más difícil de retratar en tu libro?
No sentí una parte difícil. Creo que toda su historia fue sacrificada, siempre enfocada en esa búsqueda, es la historia de un hombre que después de leer un libro se da cuenta que puede llegar a la verdad mediante la fe, y ese libro tiene la verdad sobre el cuco, sobre sus vidas, sobre los hombres, sobre lo que él tiene que hacer con su vida. Esto modifica todo su contexto o lo que parece decirle su realidad, y se convierte en alguien completamente diferente. Entonces tratar de reconstruir esa historia, tratar de ordenar los elementos , requirió de mucho tiempo de reflexión de escuchar las entrevistas, porque hay cosas que no pude reconstruir, porque nadie más fue testigo de lo que le pasaba, por eso el libro tiene esos momentos en que a uno le gustaría saber que pasó. Pero así es en el periodismo, además esta es una historia que empezó en el 44 yo no pude vivirla contemporáneamente.
¿Qué elementos quedaron fuera del libro?
Para el libro viaje bastante, estuve dos meses en Israel investigando para el libro. Luego estuve un par de meses en Cajamarca. Me pasé mucho tiempo investigando libros sobre religión, leyendo sobre el tema del judaísmo y la historia de las otras religiones que había revisado Villanueva. Además hice cientos de entrevistas por mail y teléfono. Tenía varios de cassetes que desgrabe, varias libretas llenas de apuntes donde expresaba mis opinones o lo que percibía. En un inicio pensé hacer un libro periodisiticamente más clásico, contar en primera persona como iba a atando los hechos, realizando las entrevistas ese fue mi primer impulso, pero toda esa experiencia del periodista que investiga y se pregunta, quedó fuera del libro, porque no agregaba nada a la historia.
miércoles, 30 de julio de 2008
Un jardín contra la ciudad
Había una vez dos hermanos jugando en un jardín. El mayor, Augusto, aunque no podía salir a la calle solo, siempre se dejaba llevar por su imaginación. Augusto y su hermano de cinco años pasaron sus días divirtiéndose en un lugar al que nadie más iba. A veces su jardín se convertía en una selva amazónica con jaguares aguardando en la oscuridad. Otras veces era un bosque inexplorado. Los hermanos podían correr sin preocuparse por el tráfico, podían detenerse y respirar el aire limpio, podían ser libres. Muchos años después frente a un reportero Joaquín Leguía recordaría esos días como el momento en que ese jardín que lleva adentro empezó a germinar.
Había llegado la hora de que su jardín sembrara retoños en otros.
Su libro el Jardín y yo, narra la historia de como se plantó la semilla, aquella inspiración que lo llevaría a creer que cualquier pedazo de tierra podría ser un jardín como el primero, una tierra para todos los niños. En una sociedad acostumbrada a un progreso de color cemento, cumplir este sueño requería no solo de la perseverancia de un hombre. Así nació ANIA (Asociación para la Niñez y el Ambiente), cuyo propósito es el reconocimiento de un nuevo índice: la población ecológicamente activa. Para Joaquín que los niños y ancianos sean una carga a la sociedad, es algo tonto. Este 40% de la poblaciòn tienen una mezcla de experiencia y energía, que podría ser lo necesario para mejorar el ambiente para todos.
Hubo una época en la que él también se sintió una carga. Desaprobó la mitad de los cursos en el primer ciclo de administración en la universidad, por andar escribiendo un libro de recortes sobre como el hombre había puesto en cuenta regresiva a la naturaleza. Era una señal, debía seguir el sendero de su jardín interno. Así llegó a investigar una extraña tesis sobre niños y desarrollo, para terminar de graduarse en la universidad de Yale. Pero aún así nadie le daba el trabajo que quería. Tenía 29 años cuando fundó para él y para todos ANIA. Su idea puede resumirse así: si cada niño pudiera cuidar un pequeño terreno, un patio, una laguna incluso, dejarían de ser tratados por el estado como una carga, serían promotores del desarrollo ecológico del país. No se trata de ser un subversivo verde, “sino un equilibrista, porque la ecología no deberíamos separarla como una materia diferente, sino integrarla a un todo. Ser un equilibrista es estar en el medio, en un punto donde todos salgamos beneficiados”. En el futuro existen otros cuentos, nuevos proyectos, pero hay uno en especial que lo emociona: un jardín arriba, en el techo de su edificio. ¿Y lo vecinos? “No ellos ni cuentan se van a dar”. Todos salen ganando.